Furia celtíbera

 


Año 180 a.C.

Tiberio Sempronio Graco acaba de ser nombrado pretor de la Hispania Citerior. El gobernante romano viaja hasta Tarraco al frente de su ejército con una idea obsesiva: la conquista a sangre y fuego de la Celtiberia. Sabe que triunfar donde todos los demás han fracasado hasta el momento supondría el espaldarazo definitivo a su carrera política. Su ambición, sin embargo, no le impide reconocer sus limitaciones. La mayor y más preocupante, su inexperiencia en el mundo de la guerra. Por eso recurre a todo un experto en materia bélica: el centurión Máximo Vento.

El suboficial romano ha pasado los últimos catorce años de su vida enrolado en las legiones que pelean contra las hordas celtíberas en un atolladero llamado Hispania. Conoce el terreno, las tácticas y la idiosincrasia de un pueblo orgulloso e indomable. Ascendido a legado de manera urgente, Graco intentará aprovechar sus conocimientos, su prestigio entre la tropa y su habilidad portentosa con las armas. Además, el nuevo gobernador cuenta con otra valiosa baza para iniciar su campaña en Hispania. Ha heredado de su antecesor en el cargo a un ilustre prisionero: Magilo, líder indiscutible de la tribu de los belos.

El celtíbero es un importante caudillo al que el pretor entrante pretende utilizar -de la manera más cruel si hace falta- para rendir por la vía rápida las fortalezas enemigas más poderosas. Pronto se dará cuenta de que el chantaje no es un método que funcione entre las tribus de la meseta.

Los enfrentamientos entre ambos bandos llegarán de manera inevitable. La resistencia de las ciudades hispanas resultará tenaz, encarnizada, heroica, pero sin visos de que ese empuje vaya a resultar efectivo a corto plazo. Algo podría hacer cambiar, sin embargo, el curso de los acontecimientos.

Magilo ha logrado escapar al fin de sus carceleros itálicos y regresa a Sekaisa, su ciudad natal, con el convencimiento de que el trono, las riquezas, sus antiguos guerreros e incluso la esposa que dejó allí, siguen todos esperando fervorosamente su vuelta.

Desgraciadamente, todo ha cambiado durante su ausencia. Pero ni el olvido ni las penurias impedirán que el gran Magilo -como a él le gusta llamarse- luche, primero, por recuperar su antiguo cetro y consiga, después, una gesta impensable: la unión de todos los pueblos celtíberos para pelear por primera vez juntos contra Roma.

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